El lugar que me contiene, que me alimenta, que me acepta en joggings y con rodete en los días en que no tengo fuerza para más. El barrio, la vecindad: kinjo. El lugar que elegimos para anidar.
Este recorte de la ciudad, atrapado entre lo céntrico y lo clásico, tiene un pulso propio: de a momentos parece estático, sólo para expandirse después con la fuerza de la juventud.
Me encanta recorrerlo, especialmente, en las noches de verano. Esas noches en que me obligo a sacar el alma a respirar aire fresco, después de haberme encadenado al aire acondicionado de casa durante todo el día.
Salgo por la puerta trasera de mi edificio, bajo dos cuadras y me hace sonreír de ternura un grupo de veinteañeros vestidos de salaryman, entrando al Family Mart con la inocencia aún palpable. Aún no odian su trabajo, aún están a gusto con sus vidas.
Doblo a la izquierda. Me gusta pasar por la esquina en que el nuevo bar de cervezas artesanales se enfrenta al restaurante de ramen. El caldo base de huesos de cerdo, me penetra invisible desde los extractores mientras la imagen de gente relajándose entre maltas de autor en el local de enfrente me resulta gratificante por algún motivo. Tengo el fetiche raro de ser muy feliz cuando veo a japoneses disfrutar.
Giro a la derecha y sigo bajando hasta el parque chiquito enfrente de la escuela primaria. Ahí hay una planta de romero silvestre y me encanta robarle unas hojitas para oler mientras sigo mi camino. Veo una expendedora que además de bebidas tiene papitas, Pocky y KitKats. ¿Es nueva o simplemente no la había notado antes?
Cuando llego a la avenida grande doblo a la izquierda. El señor de la tienda que arregla tatamis aún está trabajando. ¿Será que durante el día le estuvo escapando al calor como yo? El dueño del local de hamburguesas ya cerró, pero está comiendo algo sólo sentado en la barra; casi siempre lo encuentro así a esta hora.
Paso por la zona que está en construcción. Están arreglando el puente peatonal y tienen para rato. Sigo hasta el parque grande y lo rodeo entero dos veces antes de despedirme hasta dentro de unos días, cuando me acuerde que tengo que volver a salir de casa.